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Última actualización: 17/Noviembre/2012

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Katmeowpower

22 jun 2011

No es un adiós



Estas semanas, la sensación de que el final definitivo de muchas cosas se está acercando, como el terminar mi bachillerato, me ha estado provocando algunos dolores de cabeza.

A lo que recuerdo, nunca había tenido problemas con cerrar capítulos, siempre era cuestión de seguir adelante y mi optimismo en alto, incluso si se trataban de hechos "traumáticos". Todo siempre era vuelta de hoja y continuar. Pero ahora, no sé qué es lo que sucede, tengo miedo, mucha incertidumbre, que al contrario de emocionarme como solía ocurrir, ahora me abruma y me deja con ganas de poder retroceder en las páginas o de incluso cerrar el libro.

He intentado aplicar las mismas técnicas que ocupaba en esos casos de cambio, como el de la idea de que si algo se termina, es porque algo nuevo y brillante empieza. Que si no existieran los cambios, entonces qué aburrida sería la vida. Frases de ánimo que a una mente susceptible a estar alegre le caen de maravilla. Pero, esta vez, han dejado de funcionar. Me está costando un buen de trabajo el desprenderme de sucesos y personas que simplemente no puedo ignorar porque a lo largo de este tiempo han sabido ganarse su valor, y aunque desde antes conocía que este momento llegaría, es a la fecha, mi mayor desconsuelo y preocupación.

Sin embargo, hoy, por azares del destino, he logrado ver un hilo de esperanza.
Caminado distraída, por una ciudad que lucía triste y opaca, venía con la misma pregunta que he tenido estos últimos días <<¿Por qué todo parece tener fecha de caducidad?>> ¡Vamos! Que ni siquiera nuestro Universo está libre de cuestión. Ahora que si nos acercamos más a un punto de vista filosófico (y cursi) sólo el tiempo y el amor parecen ser la única excepción.

Sólo que esto realmente no responde a mi pregunta. Es ahí cuando recuerdo las palabras de un joven inteligente (aunque luego se pase de baka) que me hicieron ver una perspectiva que hasta ese momento no había asimilado: Las cosas se acaban porque hay que aprovecharlas. Y reflexionando la idea, mientras seguía caminando hacia la parada de mi autobús, me di cuenta que había mucha razón en ello. Sólo bastó el imaginarme los momentos y experiencias que disfruté tanto en el pasado sino hubiera tenido en mente que ese día era único y que el mañana tal vez no existiera.
Cuánta melancolía estaría teniendo ahora (incluso más de la que ya cargo) si el Carpe Diem nunca lo hubiera tomado como regla oficial en mi vida. Lo pienso y mi nostalgia sería de la mala, cargada de remordimientos y culpas, y ahí si que tendría un problema, porque ya incluso ni el recuerdo me haría feliz. No podría pensar incluso en continuar con mi existencia.
Si, las cosas tiene fecha límite porque hay que saborearlas al máximo, aprovecharlas a la última gota para que cuando lleguen a su fin, puedas decir con total tranquilidad que has quedado satisfecho.

Hasta este punto, ya tenía la mente más clara y con un nuevo brío, aun así, recordé que para aplicar esto con las personas costaría un poco más de esfuerzo, es naturaleza humana el encariñarse y yo no podía negarlo. Entristecí al pensar que para el caso de las relaciones interpersonales, lo mejor era... olvidar. Para olvidar no existe un método o una fórmula fácil, mas que la amnesia, pero no pondría en riesgo mi salud.

Es entonces que llego a mi destino, la parada del bus, el camión apenas llegaba y se estaba estacionando para que pasajeros subieran o bajaran. Perdida aun en mis cuestiones existencialistas, alzo la mirada y lo encuentro. Era un muchacho alto, cabello negro y ojos claros profundamente bellos. Tardé en reconocerlo. Supongo que fue la impresión de volverlo a ver después de casi 5 años y viendo su rostro me di cuenta que no era la única sorprendida. Bajaba del camión y yo sonreí por inercia. Pestañeó un par de veces, me devolvió el gesto y se fue. Un saludo corto, más breve de lo que al parecer se puede leer.

Y así como lo vi, llegó a mí la respuesta que necesitaba (¡oh destino, que se empeña en volverme creyente!) para las personas, no existe el adiós definitivo ¡siempre cabe la posibilidad de un reencuentro!
Y aunque ese reencuentro no sea físico, perduran en la mente, en los recuerdos, en los sueños, en el corazón. Como el muchacho que vi hoy, pues hace unos ayeres, en mis inicios de adolescente, estaba totalmente encaprichada con este joven, era unos años mayor que yo, pero eso no me importaba, porque hice de las más divertidas locuras por él. Y hoy que lo volví a encontrar, volví a sentir ese cosquilleo, ese gusto, esa emoción. Claro que para esta fecha, ya no voy a andarlo persiguiendo y acosando, que la idea es tentadora, pero como dije, fueron gratos tiempos y me siento plena con ellos. Sin embargo, lo que me hizo experimentar fue toda una chispa de esperanza, pues ahora una de mis inseguridades ha sido resuelta, las personas perduran aquí, muy en el fondo, pero siguen ahí. Y quién sabe, las probabilidades de un reencuentro son casi nulas, pero de que las hay, las hay, y así, al menos yo, ya no tengo miedo de seguir adelante.

Ahora mi único problema podría residir en algo llamado muerte. Pero como buena fan de lo paranormal, creo que incluso eso, no es una barrera.










 

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